miércoles, 3 de agosto de 2016

Dimensiones y proyecciones de Darío siglo XX

En el siglo XX
Sus dimensiones
Proyecciones
Objetivo:
Analizar con sentido crítico las dimensiones y proyecciones de la obra de Darío y vigencia del pensamiento dariano en el siglo XX.
Darío autodidácta
En 1884 mediante la lectura consciente llega a dominar el francés. En suma, se forma y forja sus humanidades. Comparte vivienda con gente de pluma: como el licenciado Barrios, Jesús Hernández Somoza, Felipe Ibarra, José Dolores Espinoza, el español Manuel Riguero de Aguilar y el salvadoreño Félix Medina, esto es, la plana mayor de El Ferrocarril, La Gaceta y El Porvenir de Nicaragua.
Rubén Darío, por otro lado, frecuenta a los ingenieros franceses —Blanchard, Ronfaut, Putzeys— de la Escuela de Artes y Oficios, recién fundada en Managua por el presidente Cárdenas. Durante esas visitas es donde queda extasiado, escucha de ellos —tiene diecisiete años— las narraciones de la vida parisiense y el adelanto de la Ciudad Luz en artes y ciencias.
Tiempo después, es llamado por Pedro Ortiz (1859-1892), para trabajar en la Presidencia de la República. Mediante este nuevo cargo le permite irse dando a conocer a nivel nacional y extranjero.
Las dimensiones y proyecciones de la obra de Darío
Estando en la presidencia reúne libros nacionales para remitirlos al escritor Ricardo Palma, director de la Biblioteca Nacional del Perú, que los había solicitado.
En 1885 ante las pretensiones unionistas del presidente de Guatemala, Justo Rufino Barrios, los otros gobiernos centroamericanos se le oponen, incluyendo Costa Rica. Darío aporta al país un “Himno de Guerra”, cuyo “coro de ancianos” es memorable: Ruda suena la trompa guerrera; / cada libre, que sea un león: / Nicaragua señala altanera / ese blanco y azul pabellón.
En abril de 1885 firma un ensayo que envía a la Revista Latino-americana de México, dirigida por el doctor Francisco de la Fuente Ruiz, sobre la producción intelectual de Centroamérica.


En mayo asiste al banquete que le ofrece el presidente Cárdenas al recién llegado ministro de El Salvador general Juan J. Cañas (1826- 1918); al siguiente mes ingresa como redactor de El Porvenir de Nicaragua, ahora dirigido por Hernández Somoza y firma sus crónicas y gacetillas con el pseudónimo Ursus.
Vigencia del pensamiento dariano en el siglo XXI
Gracias  a Rubén, se emitió en Nicaragua la primera ley que autorizaba el divorcio, a finales del siglo XIX.
La difusión que han alcanzado sus cuentos y poemas no conoce límites, y mu­chos de sus versos se han convertido en himnos, frases y lugares comunes cuya invocación, celebra la fama del poeta. 
Secretos darianos
Rubén le dedicaba este poema a Rosario Emelina Murillo, reiterándole y haciendo público la ardiente pasión amorosa que ella le inspiraba:
Amada, espera espera.
Florecerá la luz en los altares,
y al llegar la amorosa Primavera
te hallará coronada de azahares.
Eres buena, eres casta,
y Dios belleza y gracia darte quiso,
para hacer de un hogar un paraíso
¡Oh, mi gloria y mi luz! Con eso basta.

El 25 de junio en la publicación La Gaceta (Siglo XX, 1892), en su sección editorial, en términos elogiosos se publicó: Rubén Darío —el autor de Azul… es un poeta de vasto talento, de variadísima instrucción y cuyo nombre se recomienda por sí solo.

El 26 de diciembre de 1893 Rosario dio a luz un niño: Darío Darío; pero falleció casi inmediatamente. Murió de tétanos, porque la mamá de Murillo le cortó el cordón umbilical con unas tijeras que no estaban desinfectadas.

El 11 de febrero El Siglo XX anuncia que los comerciantes importadores José Mejía Bárcenas y Antonio Marenco, establecidos en Managua, venden a dos pesos la segunda edición de Azul…

El joven poeta José T. Olivares logra departir con Rubén en casa de su anfitrión, donde le pide su opinión sobre Emilio Bobadilla, o Fray Candil, que mucho lo ha atacado, Rubén, le contesta que es porque nunca lo ha citado. Olivares le sigue preguntando, esta vez por el venezolano Rufino Blanco Bombona. Ese no puede quererme porque estamos en planos distintos —aclara Rubén—. Él es asesino y yo no lo soy, y cree que la poesía se maneja con machete, como la gobernación de Táchira.

El 24 de enero de 1908 se incorpora ese día, en el grado de aprendiz, a la hermandad de los señores de la escuadra y el compás, es decir, a la masonería. La ceremonia se realiza conforme al rito escocés más antiguo y aceptado, siguiendo el tradicional ágape, Rubén les cuenta a sus nuevos hermanos de fenómenos que en él han tenido lugar, de los sueños que ha experimentado y sobre los cuales ha escrito, y de los versos que le han surgido en pleno estado onírico. Padrinos suyos fueron en dicha ceremonia Manuel Maldonado y el español Dionisio Martínez Sanz.

Últimos días agónicos de Darío

POR la excelente crónica testimonial de Francisco Huezo (1862-1934), es posible reconstruir los últimos días del nicaragüense universal en Managua, después de haber padecido una pulmonía doble en Nueva York e ingresado en el French Hospital, y de de una prolongada —y no muy saludable— estadía en Guatemala, adonde había ido a traerlo su esposa Rosario Murillo.

Darío —sostienen los médicos— viene enfermo de cirrosis del hígado. Se le ve pálido, exangüe, con el aspecto de un hombre de sesenta años —tiene 49 no cumplidos— y el abdomen abultado, hinchado. Su mirada es dormida y uno de sus gruesos párpados se le cae.
A continuación, Rubén, le dijo a Huezo: —Tengo no sé qué grave complicación. Cosas del estómago, del hígado, qué sé yo.
—¿Y los médicos qué dicen, le preguntó Huezo? —¿Los médicos…? Yo no creo en los médicos. Han dicho tantas cosas desde Nueva York en donde recibí el golpe mortal, el hachazo, digamos.

El 19 de diciembre de 1915 Rubén ha pasado mala noche. Ansiedad, retorcijones, náuseas, hemorragia intestinal.

El 21, Huezo llega a la casa donde es alojado Rubén. El alma se le llena de pesadumbre. El vate parece un león vencido, un águila a quien el dolor le quiebra las alas.

Huezo se aproxima y le saluda. Rubén tiene 39 grados. Con frecuencia le atacan las náuseas. Huezo le indica la necesidad de una intervención médica más activa. Él oye sus palabras con interés. Medita largo tiempo. —Tal vez sería bueno llamar a Debayle, a León —sugiere, vacilante.

Darío, le expresa a Huezo: _Las cosas que me suceden son consecuencias naturales del alcohol y sus abusos; también de los placeres sin medida. He sido un atormentado, un amargado de las horas. He conocido los alcoholes  todos: desde los de la India y los de Europa, hasta los americanos  los rudos y ásperos de Nicaragua, todo dolor, todo veneno, todo muerte. Mi fantasía, a veces, hace crisis, sufre la epilepsia que produce ese veneno, del cual estoy saturado. Me siento entonces agresivo, feroz, con instinto de destruir, de matar. Así me explico los grandes asesinatos cometidos por el licor.

—Yo he corrido mucho. Mejor dicho, me han dejado correr, y no he fundado hogar. Hoy, al cabo de veintidós años de ausencia, me reúno con mi esposa; ¿qué le traigo? Nada. Soy un tronco viejo, arruinado, un hombre en cenizas.
Viví en Europa con una mujer, más de dieciséis años, una española. Tengo un hijo con ella y con el nombre Rubén Darío Sánchez, de edad de ocho años. Es de imaginación vivaracha, y me escribe, me preocupa su educación.
Ella, la madre, es una mujer rústica, a quien he procurado modelar. No sabía leer —empezando por eso— y yo le enseñado lo que sabe. Es un alma campesina, laboriosa y de tesón. He sido, digamos, el domador de esa naturaleza bravía.

Abatido, el poeta le habla de la necesidad de hacer su testamento. Se muestra sereno y, cosa extraña, no le asusta la muerte.

—Quiero disponer de mis cosas. El gobierno de mi patria me debe como nueve mil dólares de mis honorarios como Ministro en España. No dudo que me los mandara a pagar el presidente don Adolfo Díaz.
En Nueva York me dio cartas muy especiales don Pedro Rafael Cuadra, agente financiero de Nicaragua, recomendando ese pago. Quiero disponer de ese dinero, de los contratos de mis obras con los editores y de mi arreglo con La Nación de Buenos Aires, a la cual no he escrito ni una sola línea, desde hace más de un año, muy a mi pesar. En ella colaboro hace más de veinte y, según sus estatutos, tengo derecho a mi jubilación.

Rubén continúa su reflexión: —Pero yo, te digo con sinceridad, creo que he venido a Nicaragua sólo a morir. No le tengo miedo a la muerte. ¡Y no me importa que venga! En ocasiones he gozado tanto como tal vez no lo han logrado los millonarios de la tierra. He comido como príncipe, he vestido con mucho lujo, he tenido historias en el mundo de las supremas elegancias. Me he relacionado con los más altos personajes. He sentido con frecuencia el aletazo de la gloria. He derrochado dinero, que gané en abundancia. ¿Qué me queda por desear? Nada ¡Que venga la muerte!

El 26 de diciembre de 1915, Rubén manifiesta su afinidad con el ocultismo que ha tentado su curiosidad a lo largo de su vida. Ha leído desde Allan Kardec hasta Ana Besant. Feligrés de esas capillas, confiesa:
—Yo he sido eso. Yo he creído. He estudiado, he visto mucho, en París, en Italia. Suceden cosas sorprendentes, inexplicables hechos; extraordinaria, como cábalas de misterio.

Es de tarde y Huezo acaba de verlo. Lo encuentra conversador, y con buen apetito. Desea comer pasteles.
—Pero tu enfermedad, los médicos… —Al diablo con la enfermedad del diablo y al diablo con los médicos. Quiero pastelillos. ¿Ya están los pasteles? ¡Tráiganme los pasteles!

El 2 de enero, 1916. Huezo ha visitado el día anterior, por la noche, a Rubén y lo encuentra con el corazón abierto a la alegría. Rubén, le habla de sus santos literarios: San Alfonso X, los dos Luises, San Lope, San Calderón de la Barca, San Cervantes, San Quevedo, San Luis de Alarcón; y el prócer, el maestro precursor, San Luis de Góngora y Argote, todos en sus altares, en sus nichos gloriosos, poderosos.

Le habla también de dos notabilidades italianas: D’Anunnzio y Edmundo D’Amicis: dos altas energías, dos grandes orgullos.

Se refiere brevemente a los poetas franceses y españoles, a los hispanoamericanos. Alude a Gómez Carrillo, forjador de arabescos, al mexicano Nervo, al venezolano [Rufino] Blanco Fombona.

Se refiere después a los poetas nicaragüenses.
—Hay muchos mediocres —dice—. Pero otros tienen esencia firme y cita a Lino Argüello, Pallais y Olivares.

Bibliografía


Arellano, J. (2011). Rubén Darío en Managua. Managua: EDITRONIC, S.A.

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